Pablo Iglesias e Irene Montero |
Aunque nuestra Constitución aboga por una vivienda digna, nadie soluciona el problema endémico de su carestía. Pongamos que soy diputado. Como político puedo ser escrutado y, como personaje público, criticado. Pero las críticas, han de ser ecuánimes y no gratuitas. Alquilo un piso mediano, de unos 100 metros, en el barrio de Chamberí –que no en el de Salamanca– por un precio del disparatado mercado de unos 2000 euros/mes. Nadie se escandaliza y todo es normal. Pero ¡ay!, si solicito una hipoteca de 1600 euros/mes –entre yo y mi pareja– por un chalet, con dinero limpio, para vivir y no como negocio, se monta la marimorena.
¿Debo dar mi dinero a un especulador en lugar de invertirlo en mi familia? Lo esencial de un político es que no robe y sea cercano a la gente y, reconociendo sus carencias, de la cara por ella buscando justicia social. Por eso, y no por otra cosa, habrá que juzgar a Pablo e Irene; pero eso, solo el tiempo lo dirá.
¿Debo dar mi dinero a un especulador en lugar de invertirlo en mi familia? Lo esencial de un político es que no robe y sea cercano a la gente y, reconociendo sus carencias, de la cara por ella buscando justicia social. Por eso, y no por otra cosa, habrá que juzgar a Pablo e Irene; pero eso, solo el tiempo lo dirá.