A quien quisiera, debería permitírsele ser enterrado en el campo |
Anhelo ser inhumado en la tierra. Fundido en final abrazo, ceñirla a mis restos sin que medie nada entre mi cuerpo y ella; disfrutar de su frescor mientras transmuta mi exánime cuerpo en mineral que fertiliza el suelo del planeta que me vio nacer y fenecer, e integrarme en el ciclo natural como eslabón de la cadena trófica para devolverle parte de lo que le esquilmé. Donde el rítmico percutir de la lluvia empape sosegadamente la tierra que me ampare en el postrer viaje, refrescando mi maltrecho cuerpo. Donde los animales deambulen para sentir el bullicioso palpitar de la vida sobre mis huesos. Donde la sibilante brisa acaricie la hierba que cubra mi fosa y me enseñe a comprender, en el incesante transcurrir de los evos, el arcano y taciturno lenguaje del viento. Donde en otoño los árboles dejen caer lánguida y titubeantemente sus marchitas y danzarinas hojas, tejiendo sobre mi tumba su manto de cálidos ocres para ayudarme a llevar la cuenta de las estaciones del año. Reposar en la recogida intimidad de mis allegados, en lo más profundo del corazón de mis seres queridos, para que su amor me acompañe y proporcione la necesaria calidez a mi nueva morada.
Fusionarme en última caricia con la naturaleza en la campiña, en la montaña, en un prado, en un bosque... en cualquier paraje agreste como se hizo hasta que nos “civilizamos”. Donde no haya que pagar para descansar en verdadera paz; donde mis huesos reposen eternamente y no se exhumen con el tiempo por cuestiones crematísticas: dejar espacio a los nuevos fallecidos porque con ellos llega el dinero fresco que dará continuidad al pingüe negocio. Jamás en un impersonal, frío, masificado y rentable cementerio donde, si se incinera mi cuerpo sólo los potentados sacarán beneficio a mi carroña con las “leyes” que refrendan su fructífero negocio mientras se contamina el aire y no se nutre la tierra.
¡Quiero abonar la madre naturaleza, no ser abono del bolsillo de los ricos!
Fusionarme en última caricia con la naturaleza en la campiña, en la montaña, en un prado, en un bosque... en cualquier paraje agreste como se hizo hasta que nos “civilizamos”. Donde no haya que pagar para descansar en verdadera paz; donde mis huesos reposen eternamente y no se exhumen con el tiempo por cuestiones crematísticas: dejar espacio a los nuevos fallecidos porque con ellos llega el dinero fresco que dará continuidad al pingüe negocio. Jamás en un impersonal, frío, masificado y rentable cementerio donde, si se incinera mi cuerpo sólo los potentados sacarán beneficio a mi carroña con las “leyes” que refrendan su fructífero negocio mientras se contamina el aire y no se nutre la tierra.
¡Quiero abonar la madre naturaleza, no ser abono del bolsillo de los ricos!